Desde épocas inmemoriales se ha buscado la forma de evitar el dolor durante las cirugías, en los partos o los dolores causados por algunas enfermedades. Los asirios usaban un método peligroso, que consistía en comprimir la carótida a nivel del cuello para crear una isquemia que llevara a un estado comatoso. En Mesopotamia se utilizaban algunos narcóticos vegetales, como la adormidera, la mandrágora y el cannabis (hachís), que procedían de la India o de Persia.
El uso del opio, que se conocía desde mucho antes, fue pasando de los sumerios a los asirios, a los babilonios, a los egipcios y, de allí, al resto del mundo por el Mediterráneo. Ya Hipócrates, por el 460 a. C., mencionó sus efectos narcóticos. Sin embargo, la adicción y la euforia causaban grandes problemas. En 1680, el inglés Thomas Sydenham hizo un preparado de opio, cereza, vino y hierbas, denominado “láudano de Sydenham”, muy usado para múltiples malestares.
Pero no fue hasta el 16 de octubre de 1846 que se define el nacimiento oficial de la anestesia y la anestesiología.