Higienista y educadora, fundadora de la primera escuela de enfermeras y el Instituto de Ciegos.
Cecilia Grierson fue más que la primera médica argentina: es la representación de la lucha por los derechos de las mujeres, que en su época debían sufrir todo tipo de obstáculos a nivel social, cultural y político.
Nacida en 1859 en el seno de una familia de inmigrantes escoceses e irlandeses, pasó sus primeros en Uruguay para luego trasladarse con sus padres a una estancia en Entre Ríos, donde tuvo una educación sin nada que reprochar en colegios ingleses y rápidamente se apasionó por la lectura.
No obstante, las primeras dificultades no iban a tardar en aparecer: luego de la revolución que se llevó a cabo en la provincia en 1870, la situación económica de la familia comenzó a mermar y, para colmo de males, su padre fallecería al poco tiempo. Comenzaría un camino espinoso para Grierson, aunque fue gracias a éste que pudo forjar la personalidad que la llevaría a lograr grandes cosas.
Urgida de nuevos y mayores ingresos, su madre abrió en el campo una escuela rural en la cuál para colaborar la joven comenzó a trabajar impartiendo clases a quienes se anotaban en la misma.
Su buena disposición para enseñar resultó oportuna cuando viajó años más tarde a Buenos Aires para estudiar, ya que su primer oficio en la ciudad fue de institutriz. Sus estudios comenzarían en la en la Escuela Normal de Maestras, fundada y dirigida por Emma Nicolai de Caprile.
Finalmente se recibiría en 1878 y conseguiría un lugar como maestra en en la escuela mixta de la parroquia de San Cristóbal. Sin embargo, Grierson no sería recordada en la posterioridad como una profesional de la educación. Cuando parecía que comenzaba a construir una buena carrera en ese sentido, decidió darle un giro a su vida para dedicarse a la medicina.
Su interés por la carrera nació porque uno de sus amigas más cercanos enfermó gravemente (sufría un trastorno respiratorio crónico) y quiso encontrar el remedio para curarla.
Se embarcaba en un verdadero desafío. No sólo no existían medicas mujeres en Argentina, sino en todo Latinoamérica. Asimismo, la mayoría no tenía acceso a la universidad, ya que para entrar era requisito saber latín, lengua que se enseñaba en únicamente en en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde sólo podían ingresar varones.
No obstante, la flamante docente pudo romper con todas las resistencias gracias a una voluntad inquebrantable y logró ser admitida. Durante su trayecto universitario logró ejercer como ayudante del laboratorio de Histología, mientras realizaba una práctica hospitalaria en la Asistencia Pública. Cómo si esto fuera todavía poco, tres años antes de obtener el titulo fundó la Escuela de Enfermeras del Círculo Médico Argentino (llamada Cecilia Grierson en la actualidad en su honor).
Luego de muchos años de sacrificio, se graduó el 2 de julio de 1889, convirtiéndose en la primera médica de nuestro país.
De ahí en adelante continuó por un camino siempre transgresor a los tiempos que corrían, accediendo a lugares impensados para las mujeres a fines del siglo XIX.
De todos modos, no siempre pudo vencer los prejuicios y cánones que la sociedad imponía. Según consigna el historiador Felipe Pigna, en 1894 se inscribió en un certamen para ser profesora sustituta de la Cátedra de Obstetricia para parteras, pero el concurso fue declarado desierto. “Fue únicamente a causa de mi condición de mujer, según refirieron oyentes y uno de los miembros de la mesa examinadora, que el jurado dio en este concurso de competencia un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor. Las razones y los argumentos expuestos en esa ocasión llenarían un capítulo contra el feminismo”, manifestaría muchos años después.
Su legado habla por sí sólo: al poco tiempo de recibirse fundó la Asociación Médica Argentina, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios y la Asociación Obstétrica Nacional de Parteras. Tuvo un cargo en la Comisión de Sordomudos, secretaría del Patronato de la Infancia y fue inspectora del Asilo Nocturno. En 1899, después de haber estado en París donde se especializó en ginecología y obstetricia, fue electa vicepresidenta del Congreso Internacional De Mujeres en Londres.
En su vuelta a la Argentina al año siguiente, creó el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina y además la Escuela Técnica del Hogar. Mas tarde hizo lo propio con el Liceo Nacional de Señoritas.
Para seguir alimentando su excelentísima trayectoria, presidió el Primer Congreso de la Sociedad de Universitarias Argentinas y formó parte del grupo fundador de la Sociedad Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social.
Lo que destaca más allá de su trabajo profesional, es su postura siempre firme a la hora de señalar desigualdades por más que ocurran en los centros donde ella ocupaba un cargo o trabajaba.
Sin ir más lejos, renunció al Consejo de Mujeres que ella misma fundó por considerar que la comisión directiva no obraba como correspondía en la en la distribución de cargos, honores y medios materiales y además denunció que ésta disponía a su antojo de los fondos comunes.
“Quizá el error ha sido designar las dirigentes entre las que en nuestro país sólo entienden de la vida de salón y nada más; ellas no están preparadas para desempeñar semejantes cargos, como las de países más antiguos, en que muchas damas de alta sociedad también son capaces de comprender sus deberes para con las demás mujeres, cooperando a su bienestar y progreso», sentenció Grierson al respecto, según consta Pigna.
Sus últimos años los pasó en la localidad de Los Cocos, Córdoba, ya retirada y en la pobreza producto de su pobre jubilación. Poco antes de morir, donó su propiedad al Consejo Nacional de Educación y allí, una vez fallecida, se construyó la Escuela Nº 189 que hoy lleva su nombre.