El 29 de marzo del año 1915, el monte santiagueño de la localidad de Barrancas, inserta en el departamento Salavina de la provincia madre de la República Argentina, escuchó el grito de un changuito que nacía en un rancho de sus entrañas, con el que la familia Palavecino sumaba al fogón el tercer hijo varón, había nacido Sixto Palavecino, el «qari» que dedicaría su vida a la defensa del idioma quichua de sus ancestros, el que la difundiría a través de la poesía y la música y en toda la dimensión cultural.
En la distribución familiar de las tareas campestres, a Sixto le hubo de tocar el cuidado de las majadas, que a horas tempranas de cada día partían desde los corrales hacia los lejanos pastizales, lugar donde permanecían hasta la caída del sol, horas en que retomaban la senda de regreso, no sin antes pasar por los pozos donde se baldeaba el brebaje.
En aquellos pastizales, el tiempo parecía viajar en una pesada carreta. El niño miraba a ratos el sol para orientarse del horario de regreso, mientras rondaba a su majada para evitar que se dispersara y los posibles ataques del «daño», ellos son los carnívoros como el puma o el zorro que acechaban al tierno cordero desde la espesura del monte.
Cada ronda era así como la ubre que amamantaba al niño en su sapiencia campesina, que sin saberlo se preparaba para la gran misión difusora de todas esas cosas nuestras ante el gran público que lo admiraría.
El bosque encontró en él al investigador de sus esencias ocultas y la fauna se vio descubierta y estudiada en sus costumbres, vivencias éstas que en su justo momento valieron para cazarla con total prescindencia de armas, terreno en que se debaten la astucia del bicho con la inteligencia del hombre, y más tarde para elevarla en graciosa comparación con las conductas del hombre, tarea que solo pueden concretarla aquellos que observan con profundidad y que cuentan con la suficiente imaginación para ensamblarlas armónicamente en el escaso espacio de una estrofa.
De allí es que la conversación de Don Sixto es rica y subyugante cuando narra las picardías del zorro o del «champi», las estrategias de la iguana para hacerse del panal, las del gavilán para vulnerar el caparazón del «pichi», los hábitos de las «ñanarcaj» ataja caminos, de la lechuza o el gato montés, para dar algunos ejemplos.
Fue en esas largas horas en que la sangre-música de los Palavecino, comenzó a hacer sentir en el niño que había llegado el momento de recurrir al instrumento. Estas ansias no se concretaban por la férrea oposición de su madre que no veía en los músicos la mejor ocupación y por ello lo privaba de acudir a los instrumentos de la casa. Esta actitud no hizo claudicar las inquietudes del «karisitu» ?pastor- que flanquearía el obstáculo recurriendo a su habilidad artesanal.
Comenzó con aquellas viejas maderas de una mesa en desuso a moldear, con su inseparable facón, el violín que lo iniciaría en la música.
Aquel rústico violín que durante el día sorprendiera a los habitantes nativos del monte, quienes de pronto «escucharon» modificarse a su paisaje, y en el transcurso de la noche, formaba parte de los misterios, escondido en el hueco de un quebracho blanco que le serviría de estuche.
En esos escenarios montaraces, donde el rebaño pastaba bajo su cuidado, hubo de nacer el actual «violinisto-sachero», tal como se bautizara el protagonista para diferenciarse respetuosamente del músico académico.
Una noche el violín y su dueño visitaron la casa materna. La cena concluyó y faltó coraje en el niño para presentar en familia su talento desconocido y su violín no aceptado. Sobreponiéndose a sus temores y apaciguando sus angustias, decidió enfrentar el momento, sorprendiendo a sus mayores con el acorde de una chacarera.
El talento pudo más que la oposición, y es así como se impuso a las adversidades que, como por arte de magia, se rindieron al alumno del monte, quien traía en sus encantos la herencia otorgada a las generaciones posteriores por San Francisco Solano en su paso por Santiago. Es así como tuvo aceptación el músico y fue admirado el artesano.
A partir de allí, las veladas lugareñas danzaban al ritmo del violín del artista de 10 años.
El tiempo lo fue perfeccionando y la pluma comenzó a graficar sus sentimientos con la ayuda de numerosos músicos , como ser el autodidacta y compositor santiagueño Oscar Segundo Carrizo como llajtaymanta lloserani, y medio retobao, entre otros tantos , don Sixto que a la fecha suman más de trescientos temas.
El monte santiagueño encontró el descriptor y los animales se vieron desnudados en su astucia. Las obreras de la miel de palo parece que le regalaron un panal a su espíritu, a juzgar por la dulzura de sus temas e interpretaciones.
La precisión del afinado hizo pensar a muchos en pactos salamanqueros, a punto que Fabio Zerpa en la revista «Cuarta Dimensión» lo reporteó sobre estas presunciones. Otros, como el escritor Emilio Breda, lo consideran egresado de la «Universidad del Monte»; pero lo cierto es que Don Sixto es un autodidacta de la música, un enamorado de los instrumentos; y es ese gran amor el que lo dota de la suficiente voluntad para perfeccionarse diariamente, innovando conocimientos y repertorios.
El año 1941 lo encuentra viviendo en Villa Salavina, distante 25 kilómetros de la localidad que lo vio nacer, constituido en matrimonio con Doña Argelia del Carmen Monte, quien le brindó un varón y dos niñas que desde temprana edad lo acompañaron en la conformación del conjunto «Sixto Palavecino y sus hijos», el conjunto más duradero de los formados por el mismo, con el cual ha de recorrer el país, representando a nuestra provincia y en los principales escenarios y medios de difusión.
Con este conjunto, Don Sixto grabó, en el sello RCA-Víctor, su primer doble duración para orgullo de los santiagueños, ya que para esa época no eran muchos los representantes que alcanzaban esta distinción, lo cual lo lanzaba al mercado nacional.
Sixto ingresó así al campo profesional de la música y hasta 1969 grabó tres dobles, reeditados por el éxito de la venta, convertidos ese año en un larga duración.
El picaresco gatito «Agrede soy rizongón», lo popularizó en esa época.
Las naturales obligaciones de sus hijos desvanecen la actividad del conjunto. Don Sixto se aferró a su violín -hasta este momento dirigía él mismo y ejecutaba el bandoneón- y se lanzó como solista.
La mayoría de sus temas serían una mixtura de «castilla y quichua», «overitos» como él los llama, método tendiente a facilitar al público la interpretación de las letras y sin duda, para ir acostumbrando a los oídos a escuchar la lengua desterrada y oficialmente prohibida, en estos momentos de la historia.
Al pregonero del quichua y su cultura no le basta la actividad que desarrollaba hasta el momento. Su espíritu inquieto le indicaba que debía procurar un espectro de difusión más amplio, pero la razón le advertía el duro camino a recorrer.
Es que la realidad puntualmente le demostraba en hechos los grandes escollos a superar. Para entonces el Quichua se encontraba en vías de extinción; el hablante sufría, ocultaba su lengua a consecuencia de la nefasta prohibición gubernamental, que se extendía a la totalidad de las escuelas provinciales como también a las dependientes de la Nación. El puntero bajaba autoritario sobre el niño-quichua obligándolo a sustituir su idioma de origen por el castellano y el sermón diario del maestro le iba haciendo sepultar su lengua al punto de crearle la sensación de vergüenza y de subdesarrollo. El mismo Sixto dirá, en una chacarera doble, en valiente testimonio de la censura «Avergonzado vivía» para declarar, ya en el éxito de reivindicación, quizás documentando la concientización popular, «Que cante en Quichua, me dicen».
Así las cosas planteadas escuetamente, corría el año 1969 cuando Don Sixto se apersonó en la vieja emisora Radio del Norte de Santiago del Estero ?L.V. 11- ante el Director interino Don Alberto Pérez (Huesito), a quien le expresara el alcance de sus deseos: pedía una audición quichua para la difusión del idioma y de la cultura quichua; quería llegar a sus hermanos quichuahablantes e indicarles el camino de la reivindicación; deseaba fervientemente transmitir su propio orgullo a través de la onda radial y propagar desde la cuna al país este verdadero sentimiento de identidad nacional.
Don Alberto Pérez entendió el propósito y en valerosa y patriótica decisión autorizó la iniciación de la misma que a la fecha ha cumplido sus 26 años de audiciones ininterrumpidas.
Y es por esto, que en pleno reconocimiento de Don Sixto Palavecino, el ciclo 1991 llevó el nombre del ex-director a quien además se le hizo entrega de un pergamino de reconocimiento en claro testimonio a aquella histórica decisión asumida.
En 2009 el estado de salud del poeta, músico y cantor no era el mejor. Estuvo varias semanas que estaba internado en un instituto privado, en el cual se lo atendía por sus problemas cardíacos.
El artista estaba con asistencia respiratoria mecánica, internado en el área de Terapia Intensiva del Instituto Cardiológico en estado delicado y con pronóstico reservado. Hace pocos días había sido sometido a una cirugía en la que se le colocó un stent debido a dificultades cardiológicas que afectaban su salud. Tras ello, una dolencia pulmonar complicó nuevamente su estado, el cual se había tornado irreversible en las primeras horas de esta jornada.
En el que fue el último parte médico de la salud de Don Sixto, el Dr. Luis Orellana había explicado el desmejoramiento progresivo que la salud del quichuista evidenció en las últimas 24 horas. A pesar de la asistencia respiratoria, los órganos del artista dejaron de funcionar y habían tornado irreversible el estado de salud.
La inesperada noticia se conoció el viernes 24 de abril de 2009 al mediodía. Sixto no pudo reponerse y falleció cerca de las 18.00.