los 19 años ingresó a la orden benedictina en la Abadía de la aldea Hautvillers, dentro de la antigua provincia francesa Champagne. Allí, trabajó como maestro de bodega siendo responsable de supervisar la producción, el añejamiento y el depósito de vino de la abadía.
Habitualmente la bebida era utilizada para la liturgia, para el consumo interno de los religiosos, además de ser una importante fuente de ingresos para el clero.
Su trabajo era tan eficiente que logró, en poco tiempo, duplicar la producción durante su administración al lograr perfeccionar las técnicas utilizadas para la creación de vinos.
Una de sus tareas habituales consistía en deshacerse de las burbujas del vino espumante, un problema usual que experimentaban los productores de vino de esa época debido a la refermentación del líquido. El 4 de agosto de 1693, Perignon no pudo extraer las burbujas del vino en el que estaba trabajando y, en vez de tirarlo, se le ocurrió probarlo.
Cuando saboreó el producto supuestamente “estropeado” debido al azúcar y a la concentración de gas carbónico, quedó atónito con su sabor por lo que llamó a los monjes al grito de «¡Vengan rápido! ¡Estoy tomando las estrellas!».
Fue entonces cuando el fraile comenzó a buscar la forma de conservar las burbujas dentro de la botella y evitar que explotara por la presión. Luego de probar varios métodos, un día vio a unos peregrinos españoles tapar sus cantimploras con corcho.