19 de Julio de 1980 : Muere el notable poeta salteño Manuel J. Castilla.

Poeta argentino, nacido en Cerrillos (en la provincia de Salta) el 14 de agosto de 1918, y fallecido en Salta (capital de la provincia homónima) el 19 de julio de 1980. Fue una de las figuras más destacadas de la lírica argentina de tipo popular, a la que enriqueció considerablemente merced a sus vivencias en el Chaco salteño y a su profundo conocimiento del folklore indígena y los rasgos propios de la musicalidad campesina.

Hijo de un modesto empleado de los ferrocarriles argentinos, vino al mundo en la Casa Ferroviaria de la Estación de Cerrillos, población en la que transcurrió su infancia. Cursó sus estudios primarios en la Escuela Zorrilla, de su localidad natal, y pasó a continuación al Colegio Nacional de la Provincia de Salta, donde realizó el bachillerato. Ya por aquel entonces era consciente de su acusada inclinación hacia el mundo de las Humanidades (y, en especial, de la creación literaria), por lo que pronto empezó a frecuentar los foros y cenáculos culturales de la capital salteña y de otras ciudades vecinas, donde coincidió con otros jóvenes que sentían las mismas inquietudes artísticas.

En colaboración con estos amigos, fundó en Tucumán el grupo literario «La Carpa», en el que tuvo ocasión de dar a conocer sus primeros poemas. Empezó a ganarse la vida merced a sus colaboraciones periodísticas, con las que obtuvo un cierto renombre en los medios de comunicación de su entorno geo-cultural; y así, se fue introduciendo poco a poco en el mundillo literario del norte de Argentina, hasta que logró publicar su primer poemario a comienzos de los años cuarenta, cuando contaba veintitrés años de edad.

Se trata del volumen Agua de lluvia (1941), opera prima a la que vino a sumarse, al cabo de dos años, una segunda entrega poética titulada Luna muerta (1943). En ambas obras, el joven Manuel J. Castilla exhibía un perfecto dominio de la rima y de las formas métricas clásicas de la tradición poética en lengua española (con señalada predilección por el soneto); y se mostraba, además, en lo que a la variedad temática se refiere, hondamente preocupado los aspectos telúricos que -aunque a veces sentidos por el poeta como inefables- intentaba asociar en sus versos a las vivencias de la población indígena y al colorido del paisaje local. Y no disimulaba, tampoco, un rendido tributo a la riqueza musical y literaria del folklore de aquellas tierras en las que transcurría su vida.

Continuaba, entretanto, ejerciendo el periodismo, ora como colaborador asiduo de la revista La Carpa, de Tucumán -órgano portavoz del colectivo homónimo, en cuya formación había intervenido directamente el propio Castilla-, ora en otras publicaciones como Tarja, de Jujuy, o Ángulo, fundada y dirigida también por Castillo.

Tras la publicación de sus dos primeros poemarios, el escritor de Cerrillos fue incrementando su cada vez más copiosa bibliografía lírica con otras colecciones de versos tan notables como La niebla y el árbol (1946), Copajira (1949), La tierra de uno (1951) y Norte adentro (1954), poemario -este último- que le hizo merecedor del prestigioso Premio Regional de Poesía del Norte, otorgado por la Dirección General de Cultura de la Nación. Posteriormente, dio a la imprenta otros libros de versos tan notables como El cielo lejos (1959) -obra distinguida con el Premio «Juan Carlos Dávalos», concedido por el Gobierno de Salta a las obras de creación literaria escritas entre 1958 y 1960-, Bajo las lentas nubes (1963) -que ganó el Premio del Fondo Nacional de las Artes del Gobierno de Mendoza-, Amantes bajo la lluvia (1963), Posesión entre pájaros (1966) -galardonado con el Tercer Premio Nacional de Poesía-, Andenes al ocaso (1967), Tres veranos (1970), El verde vuelve (1970), Cantos del gozante (1972), Triste de la lluvia (1977) y Cuatro Carnavales (1979). Tras su desaparición -sobrevenida en Salta a comienzos de los años ochenta, a causa de la grave afección diabética que padecía-, vio la luz una monumental antología de su obra poética, recopilada, ordenada y analizada por Claudia Baumgart, Bárbara Crespo y Telma Luzzani, y publicada bajo el título genérico de Poemas (Buenos Aires: CEAL, 1981). Y durante todo el decenio posterior a su muerte fueron viendo la luz los cuatro tomos que conforman sus Obras completas (Buenos Aires: Corregidor, 1982-1990).

Además de los títulos citados más arriba, Manuel José Castilla publicó también una rica y sugerente muestra de la poesía popular de su tierra, titulada Coplas de Salta (1972) -con un interesante prólogo del escritor de Cerrillos, en el que dejó bien patente su profundo conocimiento del folklore del Norte de Argentina-, así como el libro en prosa De estar solo (1957). Por su valiosa aportación a la literatura de su país recibió, aparte de los premios y distinciones ya mencionados, otros honores y galardones como el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1973), el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación.

En líneas generales, puede decirse que Castilla inauguró, con su obra lírica, un sendero de conciencia social y preocupación por la cultura local que habría de ser ampliamente trillado, en fechas posteriores, por otros autores de Noroeste del vasto país austral, como Héctor TizónDaniel Moyano, Francisco Zamora o Carlos Hugo Aparicio. En su poesía alternan, a la par, la hondura lírica y la emoción narrativa del mito, en la medida en que supo rescatar temas, motivos, paisajes y personajes representativos de los pobladores de dicho territorio; y, del mismo modo, triunfa en sus versos el poder elocuente de la descripción, a la que recurrió Castilla en múltiples ocasiones para enumerar topónimos, minerales, animales, vegetales y usos y costumbres de su tierra natal: «En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho. / De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío. / Sé que en este momento, dentro de mí, / nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua. / Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas. / A veces un lapacho me corona con flores blancas / y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra» (fragmento de su célebre poema «El Gozante»).

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